Un 05 de marzo del 2020 nuestra realidad cambió, se confirmó el primer caso de COVID-19 en Perú dando un total de reportados desde esa fecha hasta el 28 de Julio 2021 de 2 108 595 casos confirmados de COVID-19, 13 348 711 casos negativos y 196 214 defunciones.
Desde ese momento se marcó un antes y después, aprendimos a convivir con la muerte como noticia del día a día, personas ingresando a diario a UCI, gente muriendo en la puerta de los hospitales, noticias que rompían con la rutina que teníamos y creando una sensación de acostumbrarse a la muerte.
Las cifras más increíbles y chocantes, fueron sin duda las del inicio de la pandemia, un virus desconocido, no se sabía qué hacer y los médicos luchaban por cada vida con el temor a contagiarse. Estas cifras que daban cara a un virus desconocido. Nos volvimos personas pendientes de las noticias, nos mantenían alertas. A diario lo esperado es que esa cifra se fuera en aumento, lo sorprendente era que día a día esto aumentaba más si un lunes eran 100 fallecidos un martes eran 130 más y la tan esperada curva de descenso cada vez parecía más imposible.
Estuvimos encerrados por meses, enterándonos de lo que pasaba en el mundo solo por las noticias, las cremaciones masivas que sucedieron en todo el mundo, eso nos volvió una sociedad fría, que empezó a ver a la muerte de manera normal y sentirse acostumbrada, viendo las cifras de fallecidos, pero de forma lejana si no tocaba a nadie de nuestra familia.
No hubo una despedida
Psiquiatras afirman que uno de los principales errores de esta pandemia fue el no dejar que la familia se pueda despedir, un miembro de su familia ya no estaba y no se le pudo decir adiós, fue un hecho que no debió pasar y que dejo vacíos psicológicos en los afectados.
El mundo entero se vio afectado, diversas tradiciones, ritos y creencias rotas e inclusive yendo en contra de la familia vulnerando en lo que creía con las cremaciones.
Si nos enfocamos en Perú, Lima y sus Provincias existe la tradición de que la familia se junte para despedir a un fallecido, en un velatorio con el cuerpo e inclusive una procesión, donde toda la familia, amigos y vecinos acompañan en el dolor a los deudos principales. El hecho de no poder despedirse a causado un daño cultural, es un acto sagrado y muy familiar que fue roto y no se puede suplantar ni llenar ese vacío.
Por esta razón nos volvimos como si estuviéramos anestesiados por la noticia de que algún vecino o conocido a fallecido, no podemos despedirnos, no podemos acercamos solo aceptamos la noticia y seguimos avanzando. Acostumbrándonos a la muerte.
Un ejemplo personas de 55 a 64 no tenían como principal pensamiento la muerte cómo algo que les pueda sucederles en cualquier momento, ahora estudios revelan que este sector de la población tiene el índice más alto.
Acostumbrándonos a que la noticia de la muerte de un familiar sea a través de un mensaje, lo cual causa depresión, irá y un estado de negación. Sobre todo, porque nos torturamos pensando que murió en la soledad de un hospital.
¿Qué hacer si perdiste a un familiar en pandemia?
Si este fue tu caso y no pudiste despedirte, como los miles de personas que están en esta situación, psicólogos recomiendan que escribas una carta con todas las palabras que le quisiste decir antes de su partida.
Léela en voz alta, acude a su tumba si entro en el proceso de que si se le pudo enterrar, o a la iglesia para que ese vinculo sea más fuerte y léelo. Cierra ese ciclo y despídete.
Muchos necesitaran de ayuda psicológica porque perdieron personas y aún están en esa negación, no tengas temor en decirlo, en pedir esa ayuda.
Esta pandemia dio a conocer un sinfín de carencias que tiene el estado para la sociedad, en lo económico, lo precario en lo médico, y las malas decisiones que tomaron en su momento. Se evito un contagio al no querer que las personas se aglomeren en ceremonias funerarias, pero dejo una herida grande en la sociedad, rompió tracciones, apago su fe y vulneró a familias que no aceptaban la cremación como el final para un familiar sin dejarles otra opción, sus creencias heridas. Culturalmente y psicológicamente hay huecos que no se van a llenar.